Podría decir cuantos kilos de carne me embutí, cuantos dulces de leche devoré, cuantas copas de vino bebí.
Podría decir cuantas cuadras caminé, que lugares visité, cuantos recuerdos almacené.
Volví una vez más a este lugar que alguna vez me pareció mágico. En el que viví tantas cosas, que lleva una parte de mi historia.
Si debo decir que sensación experimenté cuando volví diré que es una mezcla es de sorpresa, no pertenencia, tristeza y nostalgia.
Sentía que ya no era el lugar que alguna vez adoré. Lo vi diferente, sombrío, intenso. Era como un sitio nuevo que yo ya no conocía.
Algunos sitios aún tenían mis recuerdos en las paredes. Que nostalgia me provocaron algunas esquinas, árboles y personas.
Las motivaciones cambiaron, los objetivos también. La gente se renovó. Los viajes fuera de Buenos Aires le dieron un nuevo aliento. Ciudades que me abrazaron con amabilidad, buses en los que dormía como un bebe, infinitas horas acompañada. Y de soledad.
Mochileando sola como en antaño, pensando, añorando, buscando. Sentí retroceder el tiempo y tener 19 de nuevo. Cuando comencé a subirme a buses con mayor regularidad, sin preocuparme por el futuro, solo disfrutando el momento, viendo un poco el paisaje y saqueando los pocos víveres que tenía por ahí.
Dicen que las despedida son tristes. Pues así lo fue. Así vuelvo a un lugar, donde cerré hace muchos años una historia. Adioses y bienvenidas. Ajeno y familiar. Intimo e indiferente. Y es que esa vieja yo... ya no existe más. Y este viaje no hizo más que reafirmarlo.
Un gran viaje. Como los que siempre tengo a Buenos Aires. Veo con otros ojos esta ciudad. Es como nueva a pesar de que conserva las fachadas tradicionales. Es otra a pesar de que alguna vez "intenté" saberla de memoria. Es pequeña y gigante a la vez.
Puerto Madero por siempre.
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